23 de julio de 2014

NO HAY NADA DE MALO EN TI, Y JAMÁS LO HUBO.

Amigo, desde el principio, nunca estuviste mal.
No naciste para ser pecador. Nunca estuviste destinado a ser basura espiritual. Nunca hubo una falta fundamental en tu vida.
Tan sólo fuiste enseñado a pensar eso. Otros trataron de convencerte de que no eras lo suficientemente bueno, por el simple hecho de que ellos tampoco se han sentido lo suficientemente buenos. En tu inocencia, y sin ninguna evidencia de lo contrario, les creíste. Así que invertiste todos esos años tratando de arreglarte, purificarte y perfeccionarte a ti mismo. Buscaste poder, riqueza, fama e incluso iluminación para probar que eras un "yo" valioso. Te comparaste con otras versiones de un "yo", y siempre te sentiste o superior o inferior, y todo eso se convirtió en algo sumamente agotador; trataste de lograr metas inalcanzables, trataste de vivir a la altura de una imagen en la que ni tú realmente creías anhelando siempre tu propio descanso.
Pero como podrás darte cuenta, siempre fuiste perfecto, desde un principio. Perfecto en tu total imperfección. Tus imperfecciones, tus manías, tus defectos, tus rarezas, tus muy singulares sabores era lo que te hacía tan adorable, tan humano, tan real, tan fácil de identificarte. Incluso en tu imperfección, siempre fuiste una perfecta expresión de vida, un amado hijo del universo, una completa obra de arte, única en el mundo y digno de todas las riquezas de la vida.
Nunca se trató de que construyeras un perfecto "yo". Siempre se trató de que estuvieras, fueras, perfectamente Aquí, perfectamente tú mismo, en toda tu divina extrañeza. "Olvida tu oferta de perfección", Leonard Cohen canta: "Hay una grieta en todo. Así es como entra la luz."
Jeff Foster


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