24 de mayo de 2013

SER, COMPRENDER, AMAR.


Cuando seas consciente de algo, creerás al principio que ese algo existe y que tú eres consciente del objeto en cuestión. Pensarás que existe lo observado y el observador y que la interacción entre ambos da lugar a la observación. Con el tiempo, tendrás que darte cuenta de que sólo existe la Conciencia impersonal sin ningún 'tú' (o 'yo', o cualquier otro pronombre personal). La dualidad del contemplador y lo contemplado se disuelve. La triada original se ha reducido a una sola cosa, la propia contemplación sin contemplador. Lo que llamas 'tú' es realmente la Conciencia transitoriamente personalizada en tu cuerpo, sufriendo el espejismo de su separación del resto de la realidad. Si te haces consciente del espejismo, la ilusión del 'yo' separado se desvanece y sólo queda la vivencia (o experiencia) de la pura Conciencia impersonal. Sólo queda el ser consciente, el ser la Conciencia de lo que es, y esa Conciencia es, en esencia, algo dichoso. Por eso, lo podríamos expresar así:

Si comprendes, te rindes.
Si te rindes, comprendes.
Y rendido, comprendiendo, no puedes dejar de amar.
Eres la conciencia dichosa que ama y comprende.
Cuando lo descubres nada más te atreves a decir.
Has llegado a la frontera que no puede cruzarse.
Has comprendido, más allá de toda duda,
que todo está más que bien, perfecto.
Has dejado atrás el tiempo y sus cachorros:
El miedo, la desesperación y la esperanza.
La experiencia humana que atraviesas
es un insignificante detalle,
de ese todo que ya sabes que eres o mejor, que es.
Porque aquel que creía tener la experiencia
se esfumó para siempre,
en el momento irrepetible de la comprensión.
Ahora ya nadie vive, ni sufre ni goza,
sólo hay vida, gozo y sufrimiento,
que contribuyen a la música inefable de la sinfonía universal.
Entonces, si ya estás ahí lo único que resta es:
Ser comprensión dichosa para siempre jamás.

Vicente Simón

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